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La victoria de una mujer contra una minera gigante en Perú

Máxima Acuña, una mujer campesina de la sierra del norte del Perú, recientemente fue galardonada con el Premio Medioambiental Goldman 2016 por su resistencia contra el consorcio minero Yanacocha en Cajamarca, Perú.

La gente del lugar se ha quejado durante años por el agua contaminada y la desaparición de los peces en los ríos, lagos y arroyos. Reinhard Seifert, un ingeniero ambiental que pasó años investigando los efectos de la mina Yanacocha en la calidad del agua de la zona encontró rastros de plomo, arsénico, cianuro y mercurio en el agua potable, lo cual está relacionado con el aumento de las tasas de cáncer gastrointestinal entre los residentes de Cajamarca.

 

La historia de resistencia de una mujer

El 2011, Yanacocha compró tierras en Cajamarca con el fin de ampliar sus operaciones en una nueva mina, Conga. Yanacocha reclama la propiedad legal de la tierra de Máxima, mientras ella dice que nunca vendió ninguna de sus tierras a la empresa, y los títulos de propiedad llevan su nombre.

Citada en 2012, Máxima dijo: «soy pobre y analfabeta, pero sé que nuestra laguna y las montañas son nuestro verdadero tesoro. ¿Estamos dispuestos a sacrificar nuestra agua y nuestra tierra para que la gente de Yanacocha pueda tomar el oro y llevarlo a su país? ¿Se supone que tendríamos que sentarnos en silencio y dejar que ellos envenenen nuestra tierra y agua?».

La mina Conga tenía planes para secar hasta cuatro lagos, entre ellos el lago que la tierra de Máxima bordea. Se convirtió en el conflicto ambiental de más alto perfil en Perú, entre un estimado de 200 conflictos en el año 2012, con varias muertes de comuneros en manos de la policía.

El 2012, Yanacocha demandó a Máxima y su familia por la presunta ocupación ilegal de su tierra, y el tribunal falló a favor de Yanacocha. El juez condenó a cuatro miembros de la familia a sentencias de prisión suspendida, que luego fueron revocadas en diciembre de 2014, con un veredicto que mostró la victoria de Máxima contra la afirmación de Yanacocha en relación a su tierra.

La familia ya había sufrido varios intentos de desalojo y violencia física en su propiedad, y después del veredicto de 2014, las cosas se fueron intensificando. En febrero del 2015, agentes de la división de operaciones especiales de la policía peruana y las fuerzas de seguridad privada destruyeron partes de la casa de Máxima que estaba en construcción. Un año más tarde, la familia seguía sufriendo intimidación: en febrero de 2016, las fuerzas de seguridad nuevamente irrumpieron en la casa de Máxima, esta vez para destruir su cosecha de papas y todavía sufre hostigamiento.

Pero desde entonces, la compañía dijo: «No anticipamos el desarrollo de Conga para el futuro previsible», una declaración que ha sido aclamada como una victoria de Máxima y los que resisten a Conga.

 

¿Qué significa el extractivismo en América Latina?

Por desgracia, la historia de Cajamarca no es la única. La actividad minera con minerales como el oro, la plata y el cobre, es común en todo el continente –América Latina encabeza la lista global en exploración minera, y en 2014 tuvo uno de los mayores porcentajes globales de presupuesto total en exploración, en más de un 26%. La extracción de combustibles fósiles muestra un panorama similar. El 2011, la Organización Latinoamericana de Energía dio a conocer cifras que colocan a América Latina como la región con la segunda mayor reserva de petróleo después de Oriente Medio, con un 20% de las reservas mundiales.

En el contexto latinoamericano este tipo de minería y explotación de combustibles fósiles se conoce como extractivismo. Es la base de muchas economías neoliberales de América Latina como en Perú y Colombia. En países como Ecuador y Bolivia, se conoce como neo-extractivismo –cuando los impuestos gubernamentales de las actividades extractivas se invierten en programas de salud y educación.

Pero el significado de extractivismo no se trata sólo de la extracción: se trata también de las condiciones en las que la extracción se lleva a cabo, y bajo qué intereses. En América Latina, las condiciones están a menudo situados dentro de un contexto rural y/o indígena. Esto significa que las comunidades en estas zonas viven principalmente de la tierra y están sujetos a las fuerzas de la naturaleza para acceder al agua y hacer crecer los cultivos, fuerzas de la naturaleza que se distorsionan por las actividades extractivas y se agudizan aún más por los efectos del cambio climático.

 

¿Por qué el extractivismo afecta más a las mujeres?

Debido a los roles de género asignados socialmente, las mujeres suelen ser las principales cuidadoras de la familia, responsables de producir o proveer alimentos. Y de ese modo, cuando el agua está contaminada y/o escasa, las mujeres sienten más los impactos negativos. La Declaración de 2014 del Encuentro de Mujeres contra el extractivismo y el Cambio Climático en Ecuador, dice que «los impactos de las actividades extractivas alteran el ciclo de reproducción de la vida, cuya regeneración recae sobre las espaldas de las mujeres». La alteración de los ciclos naturales, tales como la contaminación del agua cerca de la mina Yanacocha, se traduce en más trabajo en la vida de las mujeres.

Los impactos del extractivismo en las mujeres no sólo incluyen una mayor carga en el trabajo que realizan, proporcionando alimentos y agua a sus familias, sino que penetran profundamente en el tejido social de las comunidades. En el encuentro de extractivismo en Ecuador en 2014, las mujeres dieron su testimonio: «Las empresas petroleras y mineras cuando llegan a los territorios causan grandes problemas, rompen el tejido comunitario y lo reemplazan con conflictos en las familias, la división de comunidades, la confrontación entre unos u otros».

En estas situaciones, las divisiones de género del trabajo aparecen más marcadas, ya que los hombres asumen puestos de trabajo en la industria. La economía local ahora gira más en torno al trabajo asalariado masculinizado en la mina y reduce la importancia de la economía compartida de cuidar las necesidades prácticas y emocionales de la comunidad. La división sexual del trabajo existente crea desequilibrios de poder, agravadas por el extractivismo: como el «trabajo de las mujeres» en su mayoría no se paga, la labor a la que tienen acceso los hombres en la minales les da más poder en la comunidad (a pesar de que ellos también sufren en los lugares de trabajo peligrosos e insalubres del extractivismo).

El extractivismo rompe el tejido social de las comunidades de otras formas más violentas. Como escribe el respetado analista ambiental uruguayo Eduardo Gudynas: «No existe algo así como un extractivismo neutro o inofensivo. De una u otra forma la violencia siempre está allí, y termina afectando sobre todo a los más débiles, las comunidades locales, y entre ellos en especial a grupos campesinos o indígenas».

La violencia se impregna en toda la comunidad, pero afecta particularmente a las mujeres debido a la violencia basada en el género. Melissa Wong Oveido, una representante de la Unión Latinoamericana de Mujeres (ULAM, una red regional de mujeres afectadas por actividades extractivas y políticas), citada en El País dijo:

«En América Latina es creciente la violencia psicológica, física y ambiental contra las mujeres indígenas, rurales y afrodescendientes por parte de las industrias extractivas. Son despojadas de su territorio, son víctimas de la trata y abusadas sexualmente».

 

El alzarse en Resistencia

Con el incremento de los proyectos extractivos en América Latina y sus impactos negativos en las comunidades locales, ha habido un aumento correspondiente en los conflictos socio-ambientales en el continente. Resistir a los proyectos extractivos es un tema peligroso, y más defensores del medio ambiente y de los territorios murieron el 2014 en América Latina que en cualquier otra parte del mundo, con 88 de 114 muertes registradas en total.

Cada vez más mujeres se están uniendo y liderando el movimiento de resistencia: y como mujeres, esto implica ciertos riesgos relacionados con su género. En un informe completo del 2015 sobre la penalización de las defensoras del medio ambiente en las Américas, las autoras afirman que:

«En todos los casos presentados las mujeres pasaron por algún ataque ligado a su condición de género: amenazas de violación, ataques al pudor sexual, acosos de diversa índole e infamias contra el honor. Estos ataques impiden que ellas desarrollen su activismo en un entorno propicio para la defensa de los derechos humanos, territoriales y de la naturaleza».

Puede que no sea inmediatamente evidente por qué la raíz de la intimidación en el caso de Máxima es particular a su condición de mujer. Cuando las mujeres resisten al extractivismo, se convierten en blancos fáciles para las represalias de los poderosos. Por ejemplo, es menos probable que ellas –en relación a los varones– tengan los recursos para hacer frente a los casos judiciales –como Máxima dijo, ella es analfabeta. Para una mujer que no tiene el título de propiedad de su tierra, como lo tiene Máxima, es probable que el resultado sea el despojo. Y gran parte de la intimidación que Máxima ha sufrido, se centró en la destrucción de su casa y sus cultivos –dominio tradicional de la mujer, y la fuente de ingresos de Máxima.

 

La violencia contra la mujer está vinculada a la violencia contra la Tierra

Las mujeres sienten más los impactos negativos del extractivismo debido a su papel de cuidadoras. Pero hay más sutilezas en juego aquí: ¿por qué se obliga a las mujeres a hacerse cargo de la familia, el hogar, los enfermos y los niños y niñas? Del mismo modo, ¿por qué la tierra está obligada a ser proveedora de «servicios ambientales»; a renunciar a sus riquezas enterradas para el beneficio de las multinacionales? La lógica de explotación del trabajo a las mujeres y a la tierra es la misma: son recursos de los cuales hay que beneficiarse. Las luchas de las mujeres para liberarse del ciclo de trabajo no remunerado como cuidadoras están vinculadas a las luchas para proteger la tierra de la desesperada sobreexplotación.

Hay otra sutileza. El extractivismo es intrínsecamente violento, y daña profundamente no sólo a la Tierra sino al tejido de las comunidades enteras. Las mujeres ya son víctimas de violencia de género todos los días, y esta situación es agravada por el extractivismo con impactos como el acoso sexual por parte de los trabajadores migrantes. Pero cuando las mujeres resisten en sus comunidades, la violencia con la que ya se enfrentan se incrementa: se utiliza como una táctica contra ellas.

La negativa de Máxima para ceder a la intimidación que ella enfrenta a causa de su lucha sólo aumentó la violencia contra ella. Pero ella, al igual que muchas mujeres, no va a renunciar a la lucha. La conexión que tiene Máxima con su tierra es la base de su decisión de luchar contra la corporación. Como dijo a El País: «Yo no voy a callar, sé que vendrán a buscarme y me van a desaparecer. Pero en el campo he nacido y en la tierra moriré».

Fuente: Subversiones, traducido al español desde New Internationalist